dimarts, 27 de maig del 2014

T de tristeza

El amigo T está triste, ¿qué tendrá el amigo T? Aparentemente todo le va bien en la vida, nunca ha sido tan popular como ahora. Tiene claro que 2013 ha sido su año, que su existencia ha mejorado mucho en los últimos tiempos, ya no se siente extrañísimo cuando pasea solo un domingo por la tarde. Sin embargo, un malestar inclasificable reconcome su cuerpecito nervioso y, lo peor de todo, no sabe por qué. ¿Por qué no es feliz? No lo entiende. El predicador sentimental más popular del momento es en realidad un hombre triste y desesperado. Y eso que ayer T vivió una gran noche. Después de pronunciar una conferencia memorable titulada Cómo impostar la voz por teléfono para enamorar a la mujer de tus sueños (o de tus pesadillas), fue manteado hasta la saciedad por un público completamente extasiado con su sabiduría emocional. El amigo T acabó vomitando en un rincón de la sala —había abusado de las croquetas de marisco en la recepción previa a la charla—, pero nadie se percató de ello. Fue una noche redonda en todos los sentidos, mas T se sintió infeliz.

La semana pasada dio hasta seis charlas de orientación sentimental —así las llama él—, todas ellas con notable asistencia de público. Tal fue el éxito de sus disertaciones, que en una de ellas, que versaba sobre la importancia de criticar al camarero en una primera cita, tuvo que fingir un ataque de claustrofobia para poder abandonar la sala y evitar así a una turba de admiradores sobreexcitados con su sapiencia emocional. Cabe reseñar que aquella tarde, para lograr huir de sus fans, nuestro admirado T tuvo que pedir un taxi tambaleándose, simulando un mareo que no padecía.

La cuestión es que, a pesar de su éxito social, algo falla en la vida de nuestro amigo. Es difícil de comprender pues las mujeres lo piropean con la ordinariez de los obreros cuando cruza la calle y los hombres lo admiran incondicionalmente, como a un glorioso futbolista latinoamericano. Todos los niños quieren fotografíarse con él —T se pone de puntillas justo antes de oír el disparo del flash—, pero él se siente desgraciado. Al pobre le acecha siempre una extraña sensación como de final de verano, se siente permanentemente en el vacío existencial de un domingo antes cenar. 

Desde hace unos días T sospecha que tal vez la causa de su desazón sea una idea inquietante que leyó en un articulito de psicología exprés publicado en el suplemento dominical del periódico: la depresión puede ser causada por la rabia reprimida. ¿Y si ése es su problema? ¿Y si odia a alguien sin ser consciente de ello? ¿Y si ése alguien le hizo mucho daño en un pasado remoto y él ni siquiera es consciente de ello? ¿Y si es un amargado porque no supo enfadarse a tiempo? ¿Y, aún peor, y si ese alguien es Espinete, que fue, siendo realistas, su único amigo de infancia? T es un mar de dudas, un océano de indeterminación. 

Nuestro amigo no está bien, pero no sabe a quién recurrir. Hace unos días un conocido le ofreció el teléfono de una psicóloga, pero él lo rechazó entre carcajadas, en un gesto de una mala educación insultante, y zanjó el tema con pésimas maneras: “Antes me mudaría a casa de mi prima tartamuda que ponerme en manos de una psicóloga. ¿Qué te crees, que voy a permitir que alguien juegue con mi mente? Tú estás loco. Antes me verás escalando ochomiles que explicando mi vida tirado en un diván. Menudo fracaso. ¿Te imaginas? ¿Y encima con una mujer? Quita, quita”. T respondió a la oferta de su colega entre risas, pero se sintió profundamente ofendido. ¿Cómo alguien pudo llegar a pensar que necesita ayuda psicológica? Algo ha fallado en su actitud, en su estrategia de socialización —este concepto también lo inventó él — para que se atrevan a plantearle que debe recurrir a una psicoterapeuta.  

T es la viva imagen del éxito, pero algo falla en su vida. La mayoría de la gente ni lo sospecha, pero T no es un hombre feliz.


T  escapando de una de sus charlas

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