dijous, 22 de novembre del 2012

Cough & Roll



La vecina de arriba tose rítmicamente cada noche a las 02.04 h de la madrugada; con religiosidad, jamás falta a su cita. Las primeras veces que la oí, hace algunas semanas, sentí lástima de su tos de perrete enfermo, incluso llegué a compadecerla, pero con el tiempo he relativizado la gravedad del asunto y he decidido unirme a sus ritmos expectorantes con mi guitarra Sonora, de sólo cinco cuerdas. Y debo admitir que, a pesar de que no tengo ni la más remota idea de tocar el instrumento, el resultado es más que aceptable. 

Todas las noches repetimos la misma escena surrealista. Empezamos siempre con compases simples, con la actitud rutinaria de un ensayo. La cosa va in crescendo con su cof-cof pegadizo, y en pocos minutos puedo llegar a experimentar verdaderos subidones de superestrella de rock, especialmente cuando ella se atraganta o se incrementa el ritmo de los espasmos de su laringe. Aprovecho entonces para plantarme sobre mi cama y sentir el poder magnético del escenario: en cuestión de segundos tengo a mis pies a miles de fans extasiados. Normalmente alcanzo la plenitud creativa cuando, ya de rodillas, plegado y apoyado sobre mis espaldas, miro el techo con expresión de enajenado e imagino un cielo lleno de estrellas con mi cara. Por momentos soy Dios.

Pero el episodio artístico se acaba, como todo en esta vida —menos Cine de Barrio—.
En pocos minutos, a la vecina se le calma la tos y yo regreso a la realidad. Luego, obviamente, me cuesta conciliar el sueño. Así que guardo a Sonora en su funda, preparo una infusión digestiva, y me asomo a la terraza para que me toque el aire. Bueno, esa sería la versión oficial. En realidad salgo para comprobar que las estrellas del cielo de Barcelona no tienen mi cara. Y constatarlo es siempre un alivio. 


Mi vecina, coautora de todos los temazos

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