dijous, 7 de febrer del 2013

La desaparición de Superhombre


La acaba de dejar en su azotea y sobrevuela sin rumbo la ciudad sin límites. Está desolado, pero nunca nadie lo sabrá. Le está vetado el sentir humano, ningún dios le consultó si quería ser Superhombre. 

Se ha despedido de ella sin ni siquiera mirarla, como un niño soldado que parte a una guerra incomprensible, como todas. Qué inútiles le parecen su frívola indumentaria mostaza y su capa ridícula, y sus previsibles superpoderes de personaje de comic; cómo le duelen las malditas botas de bioplástico. 

Apenas se han despedido y ya es sólo un ave herida, un pajarraco que atraviesa un cielo apagado y como manchado de algas marinas. No hay otra opción que afrontar la realidad, aunque su boca aún sepa a ella, aunque la ciudad florezca con los colores esponjosos de la primavera urbana, o precísamente por eso: él nunca podrá ser uno más, siempre quedará al margen de las imperfectas leyes del amor humano. Ella será capaz de vivir sin él, se acostumbrará a la respiración de otro. Él sólo será el superhéroe que copa sus sueños, un ser que no existe. Ella lo olvidará cada mañana con el timbre estridente de su despertador vintage... Pero la vida de los elegidos es así, tiene letra pequeña: la soledad siempre, siempre la soledad. 


Superhombre vuela cada vez más alto, como un cohete desbocado de dibujos animados, con el único objetivo de desvanecerse y borrar la última visión que tiene de ella, preciosa y desorientada en su terrado superpoblado de flores liliáceas abiertas como platos, rozándose el labio con la yema de los dedos, con un enorme signo de interrogación rojo sobre la cabeza. El elegido asciende, asciende, y vuela hasta dejar atrás la ciudad, una metrópolis cínica que tiene en el cielo su mejor monumento.

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