dilluns, 22 d’octubre del 2012

¡¡ Muerte al Rumbi-Rumbi !!



¿Os imagináis convivir con unos tunos en casa, y que te sigan hasta cuando cagas o te duchas, desde que mueves la primera pestaña por la mañana? Pues eso me pasa a mí con los Rumbi-Rumbi, unos enanetes de medio metro que se me aparecen cuando más relajado estoy y que me joden la vida con su innegociable buen rollito. 

Son unos peazo de cabrones. Corretean con sus guitarritas, y sus mandolinas y banjos diminutos, dando por culo con sus cancioncitas pegadizas y sus estribillos mainstream. Cómo odio que me pidan que cante con ellos o que siga sus canciones batiendo palmas, o cuando hacen versiones en inglés de Manel y gritan al unísono "¡¡temazo!!"

No hay nada peor que los tríos y cuartetos de Rumbi-Rumbi en mi armario, a todas horas, burlándose de mí. ¡Usan como gorros mis suaves calzoncillos! ¡Qué asco, sus sucias quijoteras! ¡Grrr! Qué rabia da que se animen los unos a los otros con arengas lamentables, que se me beban la burrada de cerveza que se me beben.

¡Dios! Los muy mamones me tienen atormentado. Les estamparía sus instrumentos de juguete en sus cabezas atontadas, con esas melenas multicolor que lucen ridículamente orgullosos (se les engancha toda la mierda del mundo; colillas y chicles, sobre todo). Buufff … Imposible agarrarlos de la solapa y darles una buena paliza. Imposible que dejen de tocar. Imposible prever cuando aparecerán o evitarlos encerrándome en el lavabo. Se mueven rapidísimamente, los muy retacos.  

Pero no nos engañemos, la razón por la que realmente odio a los Rumbi-Rumbi es por ese momento vergonzante y maldito en el que he de responder a preguntas incisivas de cualquiera, en el trabajo o dónde sea, sobre mi vida y condición personal. Ese instante en el que se produce la situación lastimosa en que, con cara de resignación, mirándome la punta de los zapatos, debo afirmar un tanto avergonzado que vivo solo. ¡Los cojones!



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